Victoriano Lorenzo Troya (1864-1903). General liberal,
cabeza de la guerrilla que sostuvo la crudeza de la Guerra de los Mil Días
(1898-1902) en una segunda etapa de esta conflagración civil en el Estado
colombiano de Panamá, después de la
Batalla del Puente de Calidonia hasta la firma del Tratado de
Paz.
Nació en la jurisdicción de El Cacao, en ese entonces parte
del distrito de Penonomé, provincia de Coclé. Sus padres fueron: Rosa Lorenzo y
María Pascuala Troya. Su padre, Rosa Lorenzo, ocupó el cargo de gobernador
único de todos los indios del norte de Coclé; su mandato se extendía desde el
cerro La Trinidad
y el río del mismo nombre en el actual Distrito de Capira hasta Cerro Negro,
punto culminante de la
Cordillera de Coclé que limita con la Provincia de Veraguas.
Cuando tenía nueve años fue entregado al jesuita Antonio
Jiménez por su padre a petición del prelado, con el objetivo de educarlo y
orientarlo en los servicios a la Iglesia Católica. Bajo la dirección de Jiménez
aprendió a leer, a escribir y contar. En ese período acompañó a su progenitor a
la ciudad de Panamá para atender algunas diligencias legales relacionadas con
las personas que estaban bajo su jurisdicción, y entonces conoció al Dr.
Belisario Porras.
Tiempo después el sacerdote Jiménez fue trasladado a Lima,
Perú, pero el joven Lorenzo decidió no acompañarlo, sino que se quedó en la
capital de Panamá. Estando en la ciudad, trabajó de barbero hasta el momento en
que un presbítero de la
Iglesia Catedral, que tenía el compromiso de regresarlo a su
hogar, le proporcionó medios y lo hizo volver a El Cacao. Allí se encontró con
la noticia de la muerte de su madre; su padre ya estaba en edad avanzada. En
esas condiciones, solicitó permiso para casarse. Así, el 8 de julio de 1890,
Victoriano contrajo matrimonio con María Lorenza Morán en la Parroquia de Chame.
Con el reconocimiento de sus paisanos y con el aval formal
del Alcalde de Penonomé, fue nombrado Regidor de El Cacao en 1891. En ese mismo
año, a causa de las provocaciones del Regidor del lado este del río Trinidad,
el señor Pedro de Hoyos, sucedió un hecho trágico: tras la búsqueda de Lorenzo
para ponerlo preso, según intención de Pedro de Hoyos, se produjo una trifulca
que terminó con la muerte violenta de este señor. Después del incidente,
Lorenzo se entregó a las autoridades y fue condenado a nueve años de prisión en
las celdas de Las Bóvedas, en la ciudad de Panamá. Su abogado defensor fue
Carlos A. Mendoza. En la cárcel, sus lecturas sobre la guerra, las armas, las
ideas y los derechos ciudadanos fueron abundantes. Cumplida su condena a finales
de 1899, volvió a El Cacao para dedicarse a la agricultura y rehacer su vida.
Debe aclararse aquí el contexto historiográfico. La Guerra de los Mil Días -de
octubre de 1899 a
noviembre de 1902- fue una de las guerras civiles que, durante el siglo XIX,
azotaron el territorio colombiano, del cual formaba parte el Departamento de
Panamá. En marzo de 1900 dio inicio una primera parte de esta conflagración en
el Istmo con una invasión encabezada por el liberal panameño Dr. Belisario
Porras, y terminó con la derrota liberal en la batalla del Puente de Calidonia
en la ciudad de Panamá.
Con fecha de 14 de mayo de 1900, el doctor Porras,
desembarcó en Búcaro, y, en camino al pueblo de Santa María, en la región
central, le dirigió una carta a Victoriano Lorenzo. En la misiva lo invitaba a
participar de la revolución liberal que encabezaba él junto al general Emiliano
Herrera. Específicamente le solicitaba su cooperación para desembarcar y
transportar hacia la ciudad de Panamá un cargamento de armas y municiones que
llegaría por el puerto de Chame.
En la noche del 25 de mayo de 1900, Victoriano Lorenzo,
junto a un grupo de sesenta hombres, se entrevistó con el doctor Porras en el
Valle de Antón. Desde ese momento, el cholo Victoriano y su gente se
incorporaron a la primera fase de lo que la historiografía denominó la Guerra de los Mil Días. El
alistamiento de la tropa que comandaba Lorenzo específicamente para cargar las
armas, se explica, según testimonios de viva voz, por la amistad existente,
desde mucho tiempo atrás, entre el Dr. Porras, Rosa Lorenzo y su hijo
Victoriano.
Hay quienes opinan que se debió a las altas contribuciones,
y a la persecución de las autoridades policiales para obligar a los campesinos
al pago de los impuestos En la primera parte de la guerra que terminó con la
derrota y desbandada del ejército liberal en el combate sobre el Puente de
Calidonia, la tropa de Victoriano Lorenzo marchó a la retaguardia con el
cargamento citado.
Después del descalabro, Victoriano y su gente volvieron a
sus tierras. Los conservadores, que controlaban el gobierno, desataron una
campaña de amenazas y persecuciones. En ese marco, el caserío de El Cacao fue
arrasado y quemado por una patrulla oficial conservadora, dirigida por el
Coronel Pedro Sotomayor en octubre de 1900. Las huestes oficiales buscaban a
Victoriano y los 75 rifles con escasas municiones que ellos habían
transportado.
Los lugareños, en un número de 500, proclamaron General a
Victoriano Lorenzo, y lo instaron para que dirigiera la guerra contra el Gobierno
conservador. En los primeros días de noviembre de 1900, Lorenzo instaló su
cuartel general en La Negrita,
cerca de Penonomé, e inició una guerra de guerrillas. En este pueblo residía el
Prefecto de la Provincia
de Coclé. Catorce ranchos y campamentos de observación y control establecidos
por Lorenzo, permitieron el asedio constante y ataque a los militares
conservadores.
En septiembre de 1901, con la reorganización del mando
liberal, Lorenzo fue ascendido al rango de General con el cargo de Jefe Supremo
de las Operaciones Militares de la Revolución Liberal,
y el Dr. Belisario Porras como Jefe Civil y Militar, ambos del Istmo de Panamá.
Entre tantos combates que encabezó el General Lorenzo, conviene recuperar el
ataque a la plaza de Aguadulce, donde la División Panamá,
que comandaba el cholo guerrillero, junto al General Benjamín Herrera, logró,
después de un cruento combate, la rendición de esa plaza. Allí ocurrió la toma
del cerro Vigía por las tropas comandadas por el General Lorenzo.
En noviembre de 1902, cuando las tropas liberales, incluidas
las comandadas por el General Lorenzo, se preparaban para avanzar hacia las
ciudades de Panamá y Colón, fueron sorprendidas con la noticia de que la guerra
había terminado con la firma del Tratado de Paz a bordo del buque
norteamericano Almirante Wisconsin. El convenio estuvo suscrito por los
generales conservadores Víctor M. Salazar y Alfredo Vázquez Cobo; y por los
liberales general Lucas Caballero y coronel Eusebio A. Morales, secretario de
Hacienda de la dirección de guerra del Cauca y Panamá, en representación del
general Benjamín Herrera y del partido liberal. Los intereses norteamericanos
salieron a flote en el Artículo 7º del mencionado Tratado, que expresaba que,
tan pronto como se restableciera el orden público en Colombia, se convocaría a
elecciones para escoger nuevos miembros del Congreso, y que, entre los asuntos
de interés nacional que serían sometidos al citado Congreso, se propondrían las
negociaciones relativas al Canal de Panamá.
En medio del desarme de la tropa en San Carlos, algunos
miembros de la oficialidad de la
División que comandaba Victoriano mostraron su desaprobación
al convenio suscrito. El general Julio Plaza, responsable de supervisar la
entrega del armamento en la
Ermita de San Carlos, sofocó el motín. A Lorenzo se le
detuvo, acusado de la indisciplina de su tropa, y se le aplicó un arresto
domiciliario.
Los generales de ambas fuerzas políticas que suscribieron el
acuerdo hicieron contacto con Victoriano, y decidieron no solo mantener su
arresto hasta tanto algunos miembros de la tropa, que habían escapado, se
entregaran y devolvieran el armamento, sino que el General liberal Benjamín
Herrera puso al detenido Victoriano Lorenzo a disposición de los generales
conservadores Vázquez Cobo y Víctor M. Salazar. A pesar de que Victoriano logró
escapar del buque Bogotá, donde cumplía su arresto, fue recapturado el 25 de
diciembre de 1902.
Los conservadores se mantuvieron en el poder. Pese a pedidos
de personalidades como Buenaventura Correoso, Carlos A. Mendoza, Rodolfo
Aguilera y Eusebio A. Morales, el General Comandante en Jefe del Ejército del
Atlántico y Pacífico, Pedro Sicard Briceño, instauró un Consejo de Guerra
Verbal el 14 de mayo de 1903. El día anterior, 13 de mayo de 1903, un sorpresivo
desfile militar para infundir el respeto que los militares demandaban, pasó
inspección al pueblo panameño, acostumbrado a la dominación colombiana. La
multitud observó pasivamente y atemorizada desde las aceras de la Avenida Central
ese despliegue de poder militar.
El General Pedro Sicard Briceño no haría esperar sus
propósitos ya que al día siguiente ordenó la reunión de una Junta de Concilio
Militar. A la 1:00 p.m. del 14 de Mayo de 1903, los jefes de alto mando
ordenaron que los soldados a cargo de las rutinas administrativas anunciaran
una reunión del Consejo de Guerra, que estaría listo para deliberar a las 2:00
p.m. Sin más preámbulos el dicho consejo se reunió, encabezado por su
presidente, el procurador General Segundo Ruiz, un acérrimo enemigo del General
Victoriano Lorenzo, y tres oficiales más. El juicio procedió rápidamente. El
día 15 de mayo de 1903, seis meses antes de la separación de Panamá de Colombia
y de la firma del Tratado de 1903, el concilio, sin más deliberación, sentenció
a muerte por escuadra de fusilamiento al General Victoriano Lorenzo.
La sentencia se aplicó esa misma tarde a las 17 horas, en la
entonces Plaza Chiriquí, hoy conocida como la Plaza de Francia. Después del fusilamiento, los
restos del General Victoriano Lorenzo fueron colocados en una carreta tirada
por mulas, utilizada para cargar hierbas para los caballos de la tropa. Un
pelotón de soldados escoltó la carreta, que, en su camino al cementerio,
transitó por algunas calles de la ciudad.
La vida y participación en la Guerra de los Mil Días del
General Lorenzo, ha producido una rica literatura de naturaleza historiográfica
y artística. Durante los cincuenta primeros años de república, la figura de
Victoriano Lorenzo fue duramente vilipendiada. En los textos escolares solamente
se decía que había sido un caudillo indomable de los indígenas.
Nada sobre su muerte. Pero en 1952, Ramón H. Jurado publicó
su novela Desertores, que, según Rogelio Sinán, marcó el rumbo hacia una
novelística de la guerra civil con miras a la definitiva y total reivindicación
del cholo en armas. Desertores ficcionalizó de manera tan verosímil su destino
final, que hoy, a pesar de las fuentes historiográficas, muchos ya no creen en
la inocencia liberal.
Lo que les preocupaba a los dos bandos era el significado
subversivo que expresaba para el pueblo la actuación de Victoriano. En los años
setenta, el General Omar Torrijos se propuso el rescate de esta figura
histórica, que calzaba perfectamente en una campaña de reivindicaciones.
Definitivamente, en 1979, los historiadores Carlos Manuel Gasteazoro, Celestino
Araúz y Armando Muñoz rechazaron tanto la versión de que Lorenzo fuera un
bandolero como la de que hubiera sido un revolucionario antiimperialista en su
obra La Historia
de Panamá en sus Textos. Fue un adalid de los indígenas y campesinos de Coclé.
Victoriano también encontró expresión en la novela El
Guerrillero Transparente (1982) de Carlos F. Changmarín. Allí se valida la
revolución de los cholos contra el orden sociopolítico imperante, se hace
visible la traición de los liberales y conservadores, y la huella de los
intereses norteamericanos. La novela Sin Principio ni Fin (2001) de Justo
Arroyo, cuyo personaje es un alter ego de Victoriano, evidencia la necesidad de
aclarar el pasado histórico-cultural de Panamá. Tempranamente, en 1907, Amelia
Denis de Icaza dedicó un poema A la muerte de Victoriano Lorenzo. Y, a finales
del siglo XX, en 1995, José Carr M. publicó su poemario Estación de la sangre,
en el que recrea y enaltece la figura del general Lorenzo. También en la
dramaturgia se dejó ver el personaje.
Algo se fracturó en la república con su fusilamiento, algo
se frustró en el origen. Desde entonces, en distintas épocas, su imagen retorna
con la dimensión del símbolo para alentar el encuentro de una nación diferente,
y ello ocurre no solo en la poesía, sino en la novela, el cuento, el teatro y
el ensayo.
Por: Alvaro Rodriguez
Por: Alvaro Rodriguez